Te das comienzo en mis manos.
Te reconozco
avanzando por todo mi aliento
hasta que sales al mundo como la madre de mis hijos.
Eres frágil, llana, luz sobre el sinrazón.
Te deseo así, bordeándome la piel, huyéndola.
Entonces decido:
Intentaré poseerte,
tomarte por el centro del pecho y recorrer tus bosques,
recién fecundos en mi boca.
Te retiras apenas juzgas mis ojos:
vaho al sol; me dejas tan sólo el halo.
Me quiebro.
Lloro porque la vida gira, y te me haces línea recta.
Así te presentas: esquiva, indomable.
Te ignoro con la distancia del que ama sin entender.
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