Nuestra primera iniciativa fue tan bella como fugaz. Nació cuando nuestras letras daban sus primeros pasos, con un ímpetu y deseo formidable, pero sin una frontera que nos permitiera definir y encausar aquel caudal de luz.
Me permito un ejemplo para ilustrar lo sucedido: Lumitante fue la entrega de una divina hoguera encendida bajo una tormenta inminente. ¿Cuál fue el error de los sacerdotes de la tribu escogida? La vacilación, la indecisión, la abulia. Elegieron detenerse a observar como la hoguera crecía y tocaba el cielo, en vez de construir el templo que la guardara para la posteridad. Y entonces, cuando el fuego más alto estaba, y más cerca de Dios ellos se sentían, se desató la lluvia y el viento, y la hoguera tan insigne a los ojos de los sacerdotes, decayó hasta convertirse en triste madera mojada.
Por cierto los sacerdotes, apenas les fue entregado el fuego, discutieron el designio. Unos abogaban por el templo, lo clamaban por si venían las lluvias u otras tribus, por si faltaban algún día los sacerdotes, el fuego no se extinguiera. Otros, más ensimismados en el fuego, no querían alabarlo en un templo y encerrarlo para el resto de la tribu, sino verlo crecer hasta rozar las estrellas, libre y desatado.
Los sacerdotes no pudieron decidir qué hacer con el fuego entregado. Llamaron a más sacerdotes de otras tribus para no negar la grandeza de la hoguera que tocaba el cielo, pero ninguno de ellos volvió a mencionar la necesaria construcción. Todos se dedicaron a mirar el fuego.
¿Qué ocurrió con los sacerdotes cuando se extinguió la hoguera? Todos tomaron su rumbo, regresaron a sus tribus y sus antiguos cultos. Olvidaron la luz cegadora de la poesía.
Me permito un ejemplo para ilustrar lo sucedido: Lumitante fue la entrega de una divina hoguera encendida bajo una tormenta inminente. ¿Cuál fue el error de los sacerdotes de la tribu escogida? La vacilación, la indecisión, la abulia. Elegieron detenerse a observar como la hoguera crecía y tocaba el cielo, en vez de construir el templo que la guardara para la posteridad. Y entonces, cuando el fuego más alto estaba, y más cerca de Dios ellos se sentían, se desató la lluvia y el viento, y la hoguera tan insigne a los ojos de los sacerdotes, decayó hasta convertirse en triste madera mojada.
Por cierto los sacerdotes, apenas les fue entregado el fuego, discutieron el designio. Unos abogaban por el templo, lo clamaban por si venían las lluvias u otras tribus, por si faltaban algún día los sacerdotes, el fuego no se extinguiera. Otros, más ensimismados en el fuego, no querían alabarlo en un templo y encerrarlo para el resto de la tribu, sino verlo crecer hasta rozar las estrellas, libre y desatado.
Los sacerdotes no pudieron decidir qué hacer con el fuego entregado. Llamaron a más sacerdotes de otras tribus para no negar la grandeza de la hoguera que tocaba el cielo, pero ninguno de ellos volvió a mencionar la necesaria construcción. Todos se dedicaron a mirar el fuego.
¿Qué ocurrió con los sacerdotes cuando se extinguió la hoguera? Todos tomaron su rumbo, regresaron a sus tribus y sus antiguos cultos. Olvidaron la luz cegadora de la poesía.