Acepto que los barcos son peligrosos
La gente muere descubriendo continentes
La gente muere dándole vueltas al mundo
La gente muere al cruzar océanos infinitos
Yo no quiero eso para ti hijo
Quédate en este puerto esperando mi regreso
Teje y acuna a tu madre en el invierno
No sueñes con el horizonte que tomaré a la distancia
Manténte firme a los llantos de este desierto
Como dijo el sabio de la aldea:
Guarda la certeza
30 septiembre 2008
29 septiembre 2008
Universales
Si somos o no universales,
no importa.
Francisco Véjar
no importa.
Francisco Véjar
Esa búsqueda nos caracteriza,
y, tal vez,
nos aguarda.
El hecho -cual sea-
no cambiará nuestros latidos,
el ritmo sencillo
de los que no saben.
Por eso:
si algo nos supera,
es digno de ser buscado.
y, tal vez,
nos aguarda.
El hecho -cual sea-
no cambiará nuestros latidos,
el ritmo sencillo
de los que no saben.
Por eso:
si algo nos supera,
es digno de ser buscado.
28 septiembre 2008
Apunté:
Apunté:
-Confieso que he morido
Que lo vivido ha morido
Si no por mazo de la muerte
Por invencible sino.
Morí antes de corregir.
-Confieso que he morido
Que lo vivido ha morido
Si no por mazo de la muerte
Por invencible sino.
Morí antes de corregir.
24 septiembre 2008
Diez por Anguita
quiero creer en un fuego ubicuo,
quiero orar y desgarrar la garganta en la esperanza de la muerte,
quiero comulgar y desafiar a la materia,
quiero ser transustanciación de la palabra,
hostia y vino para mis hermanos.
quiero caer abatido
-por qué no-,
quiero sangrar en la duda para salir fortalecido,
quiero debatirme entre el sexo de mi esposa y la santidad del verso,
quiero desafiar esa línea vacua que arroja a la neblina el poema,
quiero,
sin dejar de ser,
cantar la victoria de la vida eterna.
Quiero la palabra a la derecha,
la luz tremenda de la resurrección.
quiero orar y desgarrar la garganta en la esperanza de la muerte,
quiero comulgar y desafiar a la materia,
quiero ser transustanciación de la palabra,
hostia y vino para mis hermanos.
quiero caer abatido
-por qué no-,
quiero sangrar en la duda para salir fortalecido,
quiero debatirme entre el sexo de mi esposa y la santidad del verso,
quiero desafiar esa línea vacua que arroja a la neblina el poema,
quiero,
sin dejar de ser,
cantar la victoria de la vida eterna.
Quiero la palabra a la derecha,
la luz tremenda de la resurrección.
09 septiembre 2008
Victoria
No sé. Hoy fui silente hasta el hartazgo.
Me hablaba el amigo de lo míseros que son los días
cuando hay que drogarse para salir a caminar,
del vértigo en el andén de los trenes,
de la soledad y la angustia,
la pulsion frenética
obligando en cada respiro a cesar en los intentos.
Yo quería decirle que se dejara caer,
que poco quedaba,
que quizás los cajones acogen más que la gente,
que la soledad se extingue en el sueño
y la angustia es algo lejano,
un recuerdo vago
en la seda constante de los gusanos devorándolo a uno.
No sé. Yo quería decirle que me haría feliz
saber de su muerte,
su verdadero vértigo alimentado a los pies de un tren,
ya más libre.
¡Tan abrasador era el deseo mío y sin embargo mudo,
preso al silencio respetuoso por tragedia ajena!
Quería creer que
el amigo hablaba a alguien que no era yo,
a alguien más vacío, o menos católico.
Yo no quería el mal del tiempo en la espalda
de un hombre frágil y soñador. No quería.
Mientras él hablaba, yo paseaba
por la historia del verbo:
cómo es que uno le dice a un amigo que lo mejor es quitarse la vida,
me instigaba a que
no es humano romper esos muros con palabras,
querer entregar gratuitamente el deseo de apagar a otro ser
tan sólo con la boca.
Aún no sé bien cómo fue,
Pero, sin mediar aviso,
aún paseando,
le clavé la muerte:
respiramos el alivio,
cantamos una canción de victoria sobre el mundo.
Me hablaba el amigo de lo míseros que son los días
cuando hay que drogarse para salir a caminar,
del vértigo en el andén de los trenes,
de la soledad y la angustia,
la pulsion frenética
obligando en cada respiro a cesar en los intentos.
Yo quería decirle que se dejara caer,
que poco quedaba,
que quizás los cajones acogen más que la gente,
que la soledad se extingue en el sueño
y la angustia es algo lejano,
un recuerdo vago
en la seda constante de los gusanos devorándolo a uno.
No sé. Yo quería decirle que me haría feliz
saber de su muerte,
su verdadero vértigo alimentado a los pies de un tren,
ya más libre.
¡Tan abrasador era el deseo mío y sin embargo mudo,
preso al silencio respetuoso por tragedia ajena!
Quería creer que
el amigo hablaba a alguien que no era yo,
a alguien más vacío, o menos católico.
Yo no quería el mal del tiempo en la espalda
de un hombre frágil y soñador. No quería.
Mientras él hablaba, yo paseaba
por la historia del verbo:
cómo es que uno le dice a un amigo que lo mejor es quitarse la vida,
me instigaba a que
no es humano romper esos muros con palabras,
querer entregar gratuitamente el deseo de apagar a otro ser
tan sólo con la boca.
Aún no sé bien cómo fue,
Pero, sin mediar aviso,
aún paseando,
le clavé la muerte:
respiramos el alivio,
cantamos una canción de victoria sobre el mundo.
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