Yo no escribo nunca:
cuando lo hago, velo el silencio.
Arropo el aire, me descalzo,
tiembla el suelo, con el cuerpo adentro,
la mar que soy se quiere lejos
para todo el tiempo que queda en ese barco
pasándola hace quinientos años.
El reloj inunda la mar.
Más fuerte la inunda cuando velo el silencio.
La rueda, la ponzoña,
me pasa por el intertanto:
la mar,
la vida frente a frente mientras se corta el verso.
Cuando lo hago,
me caigo por el borde de un barco sin fondo.