Silban los años:
olvidaban su cara.
De espaldas, me carga,
anuncia un abandono,
ausenta brazos fuertes
a una mano que lo busca.
Mi risa es anticipo, filo en llaga,
rostro desfigurado y un intento
por hacerme de sus huellas.
Un padre siempre es.
Un hijo se forja, se oculta,
se echa a una fuente
y se pide por él lanzándo una moneda,
aunque se llore, puede lanzarse.
Yo te lloro a veces, padre,
te miro de espaldas
y te quisiera contento,
pero no me queda mucho de lo que somos.
Los años quieren borrarte,
por eso silban.
Yo nunca aprendí a silbar.